El arte argentino ha sido marcado por las vibrantes contribuciones de figuras icónicas que, con su trabajo, han sabido capturar la esencia de su tiempo y lugar. Ruth Benzacar, ubicada en la calle Juan Ramírez de Velasco, 1287, nos invita a sumergirnos en el universo creativo de dos artistas profundamente distintos pero igualmente influyentes.
En una de las salas, nos encontramos con una retrospectiva de Rómulo Macció, curada por Laura Vázquez. Esta exhibición abarca sus obras desde 1957 hasta 2015, un lapso de tiempo que demuestra la evolución de Macció como un «protagonista de uno de los capítulos más importantes que es la neofiguración», comenta la curadora. Rómulo Macció, autodidacta sin formación académica formal en artes plásticas, comenzó su carrera en una agencia de publicidad, imprimiendo en su arte un conocimiento innato del poder de la imagen. Su obra se caracteriza por «una gestualidad y una audacia inigualables”, cimentando su lugar en el movimiento de la nueva figuración junto a contemporáneos como Felipe Noé, Ernesto Reyra y Jorge de la Vega.
Macció, quien se estableció en el barrio de La Boca, supo crear un discurso artístico propio, fusionando herramientas del informalismo y el expresionismo abstracto. “Sus paletas eran muy matéricas”, comenta Vázquez, reflejando un uso innovador del color que bebe de su experiencia comercial en publicidad. Colores planos y llamativos, aportan una base cromática constante en sus piezas, dominadas por «amarillos y rojos que reaparecen permanentemente».
Su enfoque rompía con la belleza tradicional al introducir a la figura humana desde una perspectiva deformada, casi azarosa, pero sin perder su esencia sensual y emocional. Macció era «un artista totalmente libre», se lo veía con frecuencia en San Telmo, donde tenía su taller, siempre rodeado de un halo de misterio y creatividad. Sus obras de gran formato no solo muestran su maestría técnica sino un relato intenso y conmovedor que subyace en sus paisajes y retratos.
Por otro lado, en una segunda sala, la muestra de Ana Gallardo nos transporta hacia otra dimensión, hacia los rituales y anhelos humanos a través de objetos artísticos que toman inspiración en prácticas culturales de Oaxaca, México. Este pueblo, famoso por su devoción a la Virgen Milagrosa, inspira el concepto de pendimentos que Gallardo explora, una vez más, fusionando arte y ritual. «La población acerca sus pedidos a la Virgen Milagrosa… ella trabaja mucho la vejez y el futuro», explica Gallardo sobre el sentido profundo de estos pedimentos. La artista, marcada por sus vivencias en México, utiliza barro y agua para que los visitantes expresen sus deseos y proyecten sus futuros.
Gallardo no solo se limita a replicar rituales, sino que transforma estos en plataformas de reflexión colectiva, convocando a personas de distintas comunidades para generar un espacio de diálogo y colaboración. En sus manos, el barro se convierte en un medio para construir un «futuro compartido», desentrañando las preocupaciones individuales sobre el envejecimiento y el devenir personal. Esta obra, cargada de «un fuerte sentido místico», nos confronta con nuestras propias expectativas y esperanzas de vida.
La exposición en Ruth Benzacar es, por tanto, un viaje multifacético que explora tanto las búsquedas individuales como colectivas a través del arte. La profundidad de estas propuestas no solo reside en los prodigiosos registros visuales que ofrecen, sino también en las narrativas humanísticas que incitan al espectador a reflexionar sobre su realidad actual y sus sueños futuros. Con esta muestra, tanto Rómulo Macció como Ana Gallardo nos invitan a una introspección artística que pulsa con vida e historia.