Ulanovsky comparte que la idea para su nuevo libro viene desde hace tiempo, especialmente desde su obra pasada «Par en las rotativas», de 1997. Su intención original de añadir un capítulo sobre la picaresca fue truncada por cuestiones editoriales. Sin embargo, este concepto ahora toma vida propia en su publicación actual, que también se enlaza con otro de sus trabajos, «Redacciones. La profesión va por dentro», como explica el autor: «Contaba sobre ese lugar entrañable que han sido las redacciones para mí, y que ahora extraño».
La conversación evidencia no solo nostalgia por las viejas redacciones, sino también una crítica al periodismo contemporáneo, especialmente respecto a la convivencia con herramientas digitales y la inteligencia artificial. La transición de las redacciones físicas al trabajo remoto post-pandemia ha afectado la dinámica de las redacciones, señala Ulanovsky: «Nos falta el feedback de tus compañeros, el ida y vuelta. No hay nadie que mire lo que vos haces». Además, resalta la falta del papel del corrector de estilo, una figura que en sus palabras daba «valor reaccional y estilístico» a los textos.
Para Ulanovsky, el paisaje actual del periodismo se mueve entre la idolatría a la crónica subjetiva y las exigencias de un mundo digital en el que la inmediatez y el flujo constante de información son la norma, afectando el método tradicional del «qué, cómo, cuándo, dónde, y por qué». La fascinación global y local por la crónica es evidente, pero, como él mismo dice, «todo el periodismo es subjetivo, no creo para nada en la objetividad del periodismo».
El libro no es un manual de periodismo, aclara Ulanovsky desde un principio, aunque surge como tal dada la multitud de procedimientos y diálogos compartidos de la profesión: «Finalmente queda como una enseñanza», reconoce entre anécdotas de sus tiempos en redacciones históricas, como Clarín, y su paso al lado de gigantes del periodismo como Emilio Petkoff y Jorge Gettlin.
En una reflexión más íntima, Ulanovsky menciona su resistencia a las tecnologías que facilitan el quehacer periodístico contemporáneo. Mientras confiesa su amor reciente por plataformas como Spotify, admite sentir que subutiliza su teléfono y computadora, declaración que hace eco de su preferencia por lo analógico. «Siento que llegaba como al cielo», comenta sobre su introducción a Twitter, compartiendo la travesía personal de adaptarse al cambio.
La precarización del periodista moderno y la incursión de la inteligencia artificial son temas que Ulanovsky considera alarmantes y urgentes. Esta transformación electrónica de la profesión es vista por él como un «enemigo visible» que amenaza con completar una «demolición» ya empezada por la precariedad laboral del sector.
En el trasfondo de esta conversación, se halla un respeto profundo por los personajes que han marcado su carrera, como el editor Jacobo Timerman, de quien aprendió a ver la televisión y escuchar la radio con la misma atención que una obra teatral: «Me abrió una especialidad», recuerda con cariño.
El libro de Ulanovsky no solo es una colección de recuerdos y conocimientos compartidos, sino una inmersión en la identidad transformativa del periodismo, un viaje nostálgico y crítico que invita a sus colegas y lectores a evaluar el rumbo de este oficio respetando tanto sus raíces como sus adaptaciones a un nuevo siglo.