«¿Qué no daría yo por el recuerdo?» Rescata la memoria de un pueblo azufrero olvidado

«¿Qué no daría yo por el recuerdo?» Rescata la memoria de un pueblo azufrero olvidado

«Las historias de los pueblos fantasmas siempre me fascinaban», confiesa Tino Pereira, el director detrás del conmovedor documental «¿Qué no daría yo por el recuerdo?». En una conversación que desvela los orígenes del proyecto, Pereira recuerda cómo su pasión por la historia y las ruinas lo llevó a enfocar su lente en un pequeño pueblo de Salta, Argentina, donde una mina de azufre había dado lugar, durante décadas, a una comunidad vibrante, hasta su cierre abrupto durante el régimen militar.

La cinta que se estrenará en una función única el 16 de julio en la Sala 1 del prestigioso Cine Gaumont, documenta el retorno de los antiguos habitantes al lugar, ahora un pueblo fantasma. Pereira, con una sensibilidad que es ya marca registrada en su corta pero incisiva carrera, plasma el viaje nostálgico y emocional de los llamados «azufreros». Estos regresan a las ruinas que fueron su hogar, en un duro recorrido que dura día y medio, en un ambiente inhóspito que está a 4.700 metros de altura sobre el nivel del mar.

Pereira realiza un paralelismo entre este pueblo abandonado y «una historia que resume la historia de nuestro país en el siglo XX». En su relato, el director no sólo reflexiona sobre el declive de una comunidad que creció a la sombra de las políticas estatales peronistas y alcanzó su apogeo productivo en los años setenta, sino también sobre cómo esas políticas fueron revertidas por «la política económica ultraliberal de Martínez de Hoz”. Destaca, con evidente indignación, la «crueldad inusitada» de expulsar a todo un pueblo, dejándolo a la intemperie con escasas indemnizaciones.

El documental toma su nombre incitante de una frase que encapsula la esencia de la memoria y el olvido, explorando no sólo el impacto económico sino el trauma emocional dejado por el fin de la mina y la subsiguiente diáspora. «Les arrebatan su hogar, básicamente», enfatiza Pereira, quien ve en esa pérdida un relato cíclico, algo que, tristemente, sigue resonando hoy en día.

La película tuvo un origen experimental. «Primero fue un corto», aclara Pereira, una decisión tomada tras considerar el esfuerzo y las complicaciones logísticas significativas que implicaba filmar a gran altitud y en condiciones climáticas adversas. Fue durante ese proceso que Pereira y su equipo se dieron cuenta de que el material presentado tenía un potencial narrativo poderoso, llevando eventualmente a la creación del largometraje.

Un aspecto crucial del documental es su aproximación no invasiva a los sujetos retratados. El director opta por una filmación «con distancia», permitiendo que sean los propios testimonios de los ex habitantes los que busquen a la cámara, una elección estética que otorga dignidad y autenticidad a sus experiencias de vida. Pereira describe cómo incluso después de numerosas entrevistas previas, los relatos mantienen su frescura, al punto que muchos azufreros «te cuentan la misma historia cincuenta veces, y las cincuenta veces se ponen a llorar”.

El viaje retrospectivo y emocional guiado por Pereira se combina con un uso inteligente de los drones para capturar la vastedad del lugar, reflejando tanto la escala de lo que se perdió como la sensación de aislamiento en un entorno montañoso que oprime y al tiempo abruma con su belleza.

Además, el contexto histórico está cuidadosamente insertado, pero no a través de un uso directo de material de archivo convencional. En su lugar, el documental se sumerge en fragmentos de audio de la época, como discursos de Martínez de Hoz, que evocan el ambiente de tensión y desinformación que caracterizó los años finales de la dictadura. Pereira señala que los habitantes recibían las noticias «de lejos, siempre muy distante», reflejando cómo su mundo cambió de repente sin entender del todo las causas externas de su destierro.

La función en el Gaumont no sólo será una celebración del trabajo magistral de Pereira, sino también una oportunidad para replantearnos la memoria colectiva. Después de esta proyección, se espera que el documental circule por diferentes provincias, dado el interés manifestado por diversas salas en Córdoba, La Plata, Salta, y Jujuy entre otras.

Para Pereira, cuya vocación narra historias olvidadas, esta película es un grito necesario ante el olvido y una petición para no repetir los errores del pasado. Como él mismo explica, «vemos un poco hoy eso también»; y en esa visión, donde la historia no sólo se recuerda sino que se convierte en un espejo critico del presente, radica el verdadero valor del retrato documental.